Como bien sabéis algunos e ignoráis otros, el martes es, desde hace varios años, el día elegido para salir a comer por ahí con los compañeros del trabajo. El resto de días (de lunes a jueves), comemos en el trabajo, pues trabajamos a 30km de casa y todavía no existe un medio de transporte que convierta este tránsito en la alternativa óptima para las dos horas libres que la empresa nos concede a mediodía.
Esta vez no voy a decir aquello de "tal vez otro día os cuente cómo el martes se convirtió en el día D". Lo explicaré aquí y ahora: allá por el año 2007, mi buen compañero y amigo Pablete (también conocido como Pablo) y yo, asistíamos con regularidad a la sala de fitness de la empresa, también conocida como el gimnasio, rentabilizando al máximo el ya mencionado intervalo de dos horas.
Un buen día, Rei, nuestro adorado monitor (también conocido como Reinaldo), nos explicaba que estaba intentando constituir un grupo para una nueva actividad periódica: spinning, o como él lo llamó en aquel momento: ciclo-indoor.
Inciso: ahí comprendí la utilidad de los neologismos para los especialistas en una materia: diferenciarse de la plebe. Cuando nadie sabía lo que significaba spinning, ellos lo decían sin cesar, colaban la palabra en todas las conversaciones ("Acabo de ver a tu sobrino", "claro, vendría de hacer spinning", "mmm... ¡pero si tu sobrino tiene cuatro meses!..."), ganándose con todo merecimiento la admiración del profano. Ahora que la palabrita es casi tan conocida como Bollycao o Scalextric, ellos tienen que seguir justificando su sueldo. Y se inventan otra para transmitir lo mismo. Cosas de la vida.
Nos subimos a la bicicleta unas dos o tres semanas. O lo que es lo mismo, unas dos o tres veces. Hasta que reparamos en un importante detalle. Un día, Pablete me dijo: "oye tío... esto del spinning... cansa mucho, ¿no?", "¡Joooder! ¡¡Que si cansa!!". Las semanas siguientes buscamos la forma de escaquearnos. ¿Buscabais la forma?, exclamaréis sorprendidos, echando la cabeza hacia atrás y pegando la barbilla al esternón. Era tan sencillo como no entrar, y punto, ¿no? Pues no era tan sencillo, no, porque si en la clase éramos cuatro y la mitad hacía novillos, el bueno de Rei, de cierta propensión al escaqueo, veía el túnel que franqueaba su escapatoria, cual Andy Dufresne (pronúnciese Dufréin), y cancelaba la clase.
Inciso-2: ¿por qué lo llaman clase? ¿Qué enseñan? Alguien me dijo una vez que "se llama clase porque el monitor se pone de cara a los asistentes". Desde entonces llamo profesores a los camareros.
Y así comenzaron las comidas de los martes. Pablete y yo, que tenemos tan buen corazón, no sabíamos decir que no, y entrábamos una y otra vez a la dichosa salita a practicar ese desganado pedaleo que nos caracterizaba. ¿Y qué hicimos? Pensar. ¿Cuál es la forma más fácil de rehusar la invitación a la clase de spinning? Ésta es fácil: no estando presente cuando recibes la invitación. ¿Y qué mejor forma de no estar presente en un sitio? Estando presente en otro sitio (me acabo de lucir). ¿Y cuál es el sitio en el que mejor damos la talla? Pues está claro: comiendo y bebiendo, actividades en las que despuntamos sobremanera gracias a haber completado un meticuloso plan de entrenamiento progresivo, durante muchos años.
Terminamos por hoy. Ah, sí, se me olvidaba un detalle. Correr es muy caro. Pablete ha estado a punto de convencernos de que la práctica amateur del ciclismo es mucho más barata que salir a correr. Incluso ha sido capaz de razonarlo. Lo que no consiga la comida del martes...
Bueno, pues a ver si te compras una bici y os apuntáis tú y Pablete a alguna de nuestras rutas ciclistas "verano azul", que os lo pasaréis muy bien.
ResponderEliminarMe temo que Juan Antonio no va a poder. No existe casco en el mundo que quepa en esa cabeza.
ResponderEliminarEs el signo de los Santiago, tenemos demasiado cerebro y nos vemos obligados a expandir el cráneo..
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