A los fumadores les han jodido. Aunque podríamos extraer efectos colaterales como que gracias a la nueva Ley lo tendrán más fácil para dejar de fumar, les han jodido. Imaginemos al fumador más irreductible: consumidor de, al menos, un paquete diario y ninguna intención de abandonar el hábito. Ningún interés real en dejar de fumar, salvo cuando llega ese día en el que escucha del médico las famosas palabritas: "o lo dejas, o la palmas". En ese momento, algo que parecía una afrenta de proporciones bíblicas, se transforma en tarea de lo más asequible. Y lo deja de un día para otro. "Tío, es que el médico me dejó las cosas claritas...". Como ese momento está muy lejos de llegar para la mayoría, obviémoslo. Este señor no tiene ninguna intención de dejar de fumar. Además, no concibe un café sin un cigarro paralelo, y no concibe un amanecer sin un café. Huelga decir que no concibe un día sin un amanecer, pero entonces estaríamos convirtiendo a nuestro prototipo de fumador en Arturo Fernández, epítome del romanticismo, y nos desviaríamos del tema.
Esta jodienda que sufre nuestro protagonista, le hace estar rabicundo, irascible, nervioso, ansioso. Indignado con la Ley, con el Gobierno, con los no fumadores, con los niños, con los parques, con las puertas de los hospitales y con todo aquello que no huela a tabaco. En ese punto, llegamos los no fumadores a explicarle lo bueno que va a ser esto para todos y lo mal que lo estábamos pasando hasta ahora. Insistimos en hacerle razonar. Que si mi ropa siempre huele a tabaco. Que si no tengo por qué respirar tu humo. Que si ya está bien de molestar. Etcétera. El fumador se defiende encolerizado, alegando que "te puedes ir a un bar de no fumadores", "si te molesta el humo, no entres", "no tienes por qué prohibir fumar en un bar, ya que no es un sitio público; es como prohibir fumar en una casa particular" o la que más me divierte: "no me gusta que me prohiban cosas". El no fumador, visiblemente irritado y elevando el tono de la conversación a un clima que roza la pelea de gallos, le dirá que "no hay bares de no fumadores", "si te molesta a ti que no se pueda fumar ahora, no entres tú", "el bar es el centro de trabajo de los camareros, y como tal, se tiene que someter a las mismas reglas que cualquier otro local" y "nuestro sistema legal se basa en derechos, deberes, prohibiciones...", respectivamente. Estas y otras razones las podemos encontrar en un artículo de Ignacio Escolar, del derecho y del revés.
Esta jodienda que sufre nuestro protagonista, le hace estar rabicundo, irascible, nervioso, ansioso. Indignado con la Ley, con el Gobierno, con los no fumadores, con los niños, con los parques, con las puertas de los hospitales y con todo aquello que no huela a tabaco. En ese punto, llegamos los no fumadores a explicarle lo bueno que va a ser esto para todos y lo mal que lo estábamos pasando hasta ahora. Insistimos en hacerle razonar. Que si mi ropa siempre huele a tabaco. Que si no tengo por qué respirar tu humo. Que si ya está bien de molestar. Etcétera. El fumador se defiende encolerizado, alegando que "te puedes ir a un bar de no fumadores", "si te molesta el humo, no entres", "no tienes por qué prohibir fumar en un bar, ya que no es un sitio público; es como prohibir fumar en una casa particular" o la que más me divierte: "no me gusta que me prohiban cosas". El no fumador, visiblemente irritado y elevando el tono de la conversación a un clima que roza la pelea de gallos, le dirá que "no hay bares de no fumadores", "si te molesta a ti que no se pueda fumar ahora, no entres tú", "el bar es el centro de trabajo de los camareros, y como tal, se tiene que someter a las mismas reglas que cualquier otro local" y "nuestro sistema legal se basa en derechos, deberes, prohibiciones...", respectivamente. Estas y otras razones las podemos encontrar en un artículo de Ignacio Escolar, del derecho y del revés.
Y no acabamos nunca. ¿Quién lleva razón? Realmente nadie. Precisamente porque no es una discusión establecida desde la razón. Un fumador no enciende un cigarro porque le parezca lo más lógico en ese momento. Al igual que no siempre esgrimirá sus argumentos de rechazo a la nueva Ley apelando a la coherencia. Es un debate creado por la ansiedad, la angustia, el nerviosismo. El vicio. Yo he sido fumador y les entiendo. Vaya si les entiendo, vive Philip Morris.
¿Qué propongo? Los no fumadores no tenemos que entrar en esas discusiones. No nos acaloremos. No tenemos que plantearnos cada conversación como un partido en el que hay que dejar la portería a cero. Podemos empatizar con los fumadores. Tratemos de entenderles y respetemos su posición. La Ley nadie la va a cambiar (por ahora, claro). Debemos animarles, hacerles ver puntos positivos, como que ahora podrán dejar de fumar con mucho menos esfuerzo, que les gustará la sensación de llegar a casa con la ropa oliendo a colonia. A medio plazo, y tras tener que excluirse repetidas veces de la tertulia en el momento más animado o perderse el gol de Iniesta por culpa del cigarrito en la puerta del bar, valorarán seriamente la posibilidad de dejarlo.
No se lo pongamos más difícil.
P.D: Y por favor, no politicemos hasta el agua de los floreros. Demostremos sentido crítico: no podemos rechazar todo cuanto haga ZP, sólo porque "hay que cargárselo para que vengan los míos y arreglen el país". Además, el PP estaba muy de acuerdo con la nueva Ley.
Bueno, también estamos los fumadores que estamos totalmente de acuerdo con la ley. Por un lado, por justicia hacia los no fumadores. Y por otro, porque sabemos que fumaremos mucho menos; por ejemplo, en una noche de garitos, el simple hecho de tener que salir a la calle hará que reduzca mi dosis tabaquil a la cuarta parte, y sin "sufrir" especialmente. Además, el fumar es un acto en muchos casos miméticos; si nadie fuma a mi alrededor, casi ni me acuerdo del tabaco.
ResponderEliminarClaro, y cada vez hay más fumadores pasándose al bando del "sí a la ley", una vez que están experimentando las bondades del cambio. Es cuestión de tiempo.
ResponderEliminarEs un gran momento para dejar de fumar. Sólo con quitarte los cigarros que fumas por inercia en el bar (aquellos que no te apetecen realmente, los fumas porque está el tabaco ahí delante, y lo haces sin pensar), es un gran cambio. Y de ahí, a dejarlo por completo, no va nada.