En el año 1981, el día 23 de febrero se hizo un hueco en la historia de las fechas célebres de nuestro país. Desde aquel día, los medios de comunicación repiten año tras año las mismas imágenes, los mismos sonidos, los mismos textos. No me parece mal, pese a lo reiterativo. Es parte de nuestra historia y veo razonable que, al menos, dediquemos un día al año a recordar cada uno de nuestros puntos de inflexión.
En lo personal, la fecha del 23-F es importante por otro motivo. Justo cuatro años antes de la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados al grito de "to el mundo al suelo", nacía uno de los mejores amigos que he tenido en toda mi vida.
Se llama Carlos y hoy cumple treinta y cuatro años, de los cuales ha compartido conmigo -con mayor o menor proximidad física pero cercanía afectiva constante- los últimos veintiocho, aproximadamente.
Es uno de los grandes culpables de que mi vida avance tan rápido: yo cumplo años en octubre y apenas cuatro meses después mi generación sube un nuevo escalón. A partir de hoy, siento los treinta y cuatro más cerca.
Nos conocemos desde el colegio: en septiembre de 1983 comenzaba nuestra andadura en el Colegio Nuestra Señora de Fátima, en Valencia. Yo llegué a aquel colegio en el segundo año de mi establecimiento en la ciudad a la que llegué procedente de Albacete debido a un traslado laboral de mi padre. Él, natural de Valencia, allí vivía y allí sigue viviendo.
Cuando apenas contábamos siete primaveras, su intuida madera de líder devino en realidad: no era extraño encontrarle sentado en su silla, repantigado hacia atrás, con todas las niñas de la clase ofreciéndole carantoñas alrededor de su mesa. Unas sentadas en ella, otras detrás de él. Lo asemejaría al anfitrión de algún exitoso programa de televisión, fielmente guarnecido por sus bellas azafatas. La envidia de todos, obviamente.
Lejos de tenerle celos, le admirábamos y le queríamos.
Brillante analista futbolístico en la actualidad, nunca destacó en la práctica del balompié. Recuerdo que en aquellos partidos masivos en el patio del colegio, en los que nos enfrentábamos unos quince contra veinte con cualquier objeto -rodara o no- a modo de balón, solía colocarse de extremo. Pedía el balón con graves aspavientos y rara vez solía enganchar una volea. Eso sí, cuando la enganchaba, temblaba Roma... y los que veían el partido desde el otro córner.
En la adolescencia, formó parte del pelotón de cabeza de la clase. Ese grupo de amigos que siempre van por delante del resto, que maduran a un ritmo mayor. En otras palabras: los que fuman. Él era el único del grupo que no fumaba. Y no pasaba nada. Diréis: "claro, normal, no tiene por qué fumar". Puede ser. Si cualquier otro entraba en ese grupo y no fumaba, era vilipendiado al punto.
Los años anteriores a mi traslado a Albacete en el año 1997 estuvieron plagados de costumbres memorables: las largas madrugadas en mi casa oyendo Hablar por Hablar y Si Amanece Nos Vamos, noches enteras saqueando la cocina cada media hora y jugando al ordenador, con aquel viejo 286 (Gates G2-12, creo recordar) de mi hermano. También los interesantísimos partidos de fútbol con un juego de cartas y tapete que vendía el Marca y las no menos apasionantes veladas de Subbuteo, juegos ambos a los que él siempre solía pulirme, como me recuerda cada vez que nos vemos.
El último gran proyecto que definimos juntos en aquella etapa fue escribir un libro de forma conjunta. Carlos me planteó un día: "nano, ¿por qué no nos curramos un libro a medias? Tú escribes un capítulo, yo otro, y así sucesivamente hasta que lo terminemos". La conjugación del verbo currar está presente en dos de cada tres frases que pronuncia.
No llegamos a escribir aquel libro, pero soñamos con él varias veces en su chalet, en aquellas noches de verano en las que nos juntábamos para estudiar.
Como os decía al principio, los últimos años nos han distanciado físicamente manteniendo nuestra amistad intacta. Aunque él vive en Valencia y yo en Murcia, esta distancia de unos 230km no fue óbice para que viniera a Murcia dos veces para mi boda: la primera para firmar como testigo en el juzgado, y la segunda, algunos días después, para asistir a la ceremonia. De la primera cita guardo incólume el recuerdo de la víspera de la firma: llegamos a casa a las tres de la mañana y en lugar de irnos a dormir -teníamos que levantarnos a las siete-, nos sentamos en el suelo del balcón y nos bebimos media botella de ron -solo- hasta que el sol se desperezaba. Dormimos media hora, y al juzgado. Del día de la boda recuerdo cuando -por sorpresa de mi cuñada Inma- nos deleitaron con un reportaje fotográfico en pantalla gigante. Cuando apareció una foto de toda la clase de segundo de EGB, me levanté de mi asiento y corrí a buscarle. Nos fundimos en un estruendoso abrazo.
¡Te quiero, nano!
Felicidades Carloscasas!!
ResponderEliminarLas 23:58, casi no llego... ¡Feliz cumpleaños, Carlos, de parte del sector murcianico!
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