sábado, 26 de febrero de 2011

Psicología de andar por casa

Disponemos de una gran abundancia de recursos que nos enseñan técnicas para cultivar nuestro cuerpo. Desde el más básico mantenimiento hasta la más avanzada musculación, podemos optar por un sinfín de tablas de ejercicios que mantendrán nuestro cuerpo fat-free, cuanto menos.

Más dispersas y confusas se nos muestran las opciones para el perfeccionamiento de nuestra mente. ¿Acaso es menos importante ser feliz con nosotros mismos que tener un cuerpo diez? ¿Estamos tan obsesionados con mitigar ese antiestético michelín que no alcanzamos a comprender que lo que nos atormenta no es realmente ese pliegue de gordura (según dicta la RAE en la definición de michelín) sino la profunda autoincomprensión de la que adolecemos?


Pues sí. Estoy convencido de que así es. El profundo sosiego que sentimos tras una sesión de gimnasio se va al traste cuando se nos pone en rojo un semáforo que confiábamos en franquear sin demora. ¿Por qué ocurre esto? Aún a sabiendas de que mis dos lectoras licenciadas en psicología descargarán contra mí toda su ira por disertar sobre aquello que desconozco, os diré por qué: no dedicamos ni un minuto al día a trabajar nuestra forma de pensar, de reaccionar contra las vicisitudes que se nos plantean; a manipular nuestra mente de la misma forma en que lo hacemos con nuestro cuerpo. (Me niego a eufemismizar la palabra manipular: me da igual si en otros contextos tiene connotaciones negativas, en éste no la tiene en absoluto).

Los -pocos- que hayáis llegado hasta el cuarto párrafo estaréis remangados, desafiantes, preguntándome: "sí, vale, hay que trabajar la mente, ¿pero cómo? ¿Tan fácil lo ves?". Paciencia, querido lector. Abordaremos ese tema en breve.

Antes, considero apropiado separar nuestro trabajo psicológico en dos grandes áreas: el largo y el corto plazo. Dentro del primero entraría la administración de las sensaciones originadas por situaciones que están presentes en nosotros durante mucho tiempo, por ejemplo, las relaciones de pareja, familiares, laborales, estudiantiles, etc. En general, las que se basan en nuestra pertenencia a un colectivo, de dos o más personas, durante un periodo de tiempo indeterminado. En el segundo grupo incluiríamos el efecto que nos provocan las trescientas mil pequeñas cosas que nos ocurren a lo largo del día y que, por suma, pueden ejercer entre nosotros el mismo efecto nocivo que el primer grupo.

La necesidad de separar entre ambos grupos radica en la facilidad para ignorar el segundo: creemos que nuestra desdicha es únicamente originada porque no soportamos a nuestro jefe, porque estamos en el paro o porque no aprobamos ni una. Sin embargo, en muchas ocasiones nuestro verdadero problema es que no sabemos gestionar los pequeñísimos fracasos. El semáforo en rojo, la inesperada cancelación de una cita con un amigo, el haber creído que hoy era martes y cuando nos disponíamos a ver el nuevo capítulo de nuestra serie favorita descubrimos que es miércoles. A lo largo del día, se suceden de forma continua hechos de insignificante relevancia que, de no saber ponderar de forma adecuada, contribuirán a incrementar nuestra desdicha de forma incalculable y en progresión geométrica. ¿Cuál es la clave? No existe receta que sirva para todo bicho viviente. Tal vez lo único común sea la necesidad de separar estos sucesos, unos de otros. Sí, algo tan aparentemente básico como esto, generalmente se nos resiste. Sin darnos cuenta, conseguimos que la angustia que nos provoca el examen que tenemos la semana que viene y para el que no hemos estudiado nada, se vea agravada porque ha perdido mi equipo de fútbol favorito. Separemos, separemos, separemos. Separemos los problemas. Repitámonos una y otra vez esta monserga: no mezclemos cosas que no tienen nada que ver.

Una vez separados los problemas, actuemos sobre cada uno de ellos. Apliquemos ese viejo proverbio chino que decía algo así: "Si un problema tiene solución, no debe preocuparte. Si no tiene solución, ¿por qué te preocupa?". Si el semáforo ya está en rojo, ¿qué podemos hacer? El proceso a seguir para abordar cada problema individual merecería un artículo entero, tal vez un blog entero, por lo que se escapa a los objetivos de este artículo.

Volviendo a la segmentación en dos tipologías de problemas, reflexionemos brevemente sobre el primero y probablemente más difícil. ¿Cómo avanzamos en una vida tan cargada de contratiempos sin desmoronarnos? ¡Uf! ¡Difícil! Pero no imposible...

Una de las claves es ser capaz de reconstruir nuestro camino tras un contratiempo. Tenemos que vivir con la filosofía de uno de esos aparatitos GPS que ahora llevamos lleváis en los coches y que han sustituido, por completo, el romanticisimo del mapa de carreteras por la sobriedad de la precisión. ¿Qué hace un GPS cuando, por cualquier motivo, te has pasado el desvío que te indicaba el cacharrito? Automáticamente y sin dilación, recalcula la ruta. Obvia cualquier decisión o contratiempo pasado y se pone manos a la obra a planear un nuevo itinerario. No importa de donde vengas, sólo importa dónde vas. El maléfico trasto no juzga tus errores pasados: sólo pretende que alcances un objetivo. ¡Apliquémonos el cuento! ¿Por qué no somos capaces de reaccionar así ante los contratiempos de la vida diaria? Por dos razones: porque es difícil y porque no lo intentamos.

Ejemplos: suspendo un examen. Perfecto. Desde que veo la nota hasta que asumo que las únicas consecuencias son que tendré que estudiarlo de nuevo, me dedico a atormentarme. ¿Con qué fin? ¿Qué consigo? ¿Me sube medio punto la nota cada cabezazo que me doy contra el pico del pasillo? Me temo que no. No digo que sea fácil pensar así, pero al menos intentémoslo. Os garantizo que podemos conseguir grandes resultados.

Podríamos poner muchos ejemplos más, seguro que ahora mismo a todos se os ocurre alguno. Para todos ellos podemos aplicar el mismo principio: pasemos página cuanto antes, recalculemos la ruta.

Como una vez me dijo mi brillante cuñada filósofa, "tú siempre hacia delante; hacia atrás, ni para tomar impulso...".

Asumo que mis mencionadas -y admiradas- lectoras psicólogas me arrojarán toda clase de objetos punzantes por practicar el intrusismo en su profesión. O tal vez este intrusismo sea sólo comparable al que ejerce en la Informática quien se instala el Office.

3 comentarios:

  1. ¿Puedo copiar este post para utilizarlo con mis pacientes?
    Genial (pero podías haberme contado que estudiabas psicología en secreto, que ya te vale...)

    ResponderEliminar
  2. El corto plazo sería el equivalente alhameño de una "piojera",no?

    Gran post, intentaremos aplicarnos el cuento. Por si no funciona, deberías decir el horario de tu consulta.

    ResponderEliminar
  3. No hay nada en esta vida como afrontar los problemas con optimismo. Y eso sólo depende de nosotros mismos aunque también pongan su granito de arena los que nos rodean (familiares, amigos, compañeros de trabajo, ...). Pensemos SIEMPRE en positivo, SIEMPRE, e intentemos superar los malos momentos con este pensamiento. De esta forma saldremos adelante.

    Repito: ¡SIEMPRE EN POSITIVO!. Ya lo dice el refrán "Todo tiene solución menos la muerte".

    Si con actitud negativa no consigo nada, pues ADELANTE, intenta salir hacia delante con optimismo.

    ResponderEliminar